LAS PUERTAS HACIA DIOS

Desde que nací, nací como una semilla creada por Dios, porque desde aquel día, fue un día donde iba a nacer, un servidor a Dios, que ayudara a la gente, que fuera un orgullo para todos, mis padres, Dios y el mundo. El nacimiento de un santo.

Luego me pregunté, si yo soy igual que una semilla, ¿cómo vive una semilla real?

Entonces yo planté una semilla que con tan solo verla, veías un futuro en ella,      pero no la quería arruinar, así que probé con otras antes.

Cuando planté la primera, al crecer era demasiado pequeña pero muy gorda, no creció como yo lo esperaba.

La segunda era muy alta pero demasiado flaca, que con tan solo empujarla un poco se partía a la mitad, tampoco creció como yo lo esperaba.

Un día salí a las montañas más grandes y hermosas de la ciudad con mi madre.

Me asombré demasiado con el primer vistazo, esas montañas tan grandes y espectaculares, la naturaleza era inexplicablemente asombrosa, y como si no fuera ya demasiado, las flores adornaban el paisaje como lo hace un collar en una mujer. Veía árboles gigantes y hermosos, parecían tener más de mil años, su grosor era perfecto como para mantenerlo por siglos, y su altura era tan grande que parecía que podías trepar en él y llegar a la luna “¿Por qué mis árboles no crecían así?” Me pregunté.

“¿Cómo consigo un árbol así?” le pregunté a mi madre, “¿Por qué hay personas que consiguen un árbol con mil años, y yo no?” entonces me contestó, “¿Ves esas montañas?, alguna vez fueron igual que tú, solo piedras y ya, pero con el cuidado de Dios se creó este hermoso paisaje, al igual que tú, al igual que cómo lo hacen todas las madres en este mundo, con amor”

Entonces esa misma tarde tomé aquella semilla tan bella, la más hermosa semilla, y la planté con el más grande amor posible.

Fui por una regadera y con solo una gota se formó un arcoíris hermoso y gigante. En ese momento me decidí a crear el árbol más grande, alto, fuerte y hermoso, para ver al creador de ese arcoíris, a Dios, hacia las puertas del cielo.

Al día siguiente me di cuenta de que el árbol tenía mi tamaño, lo que las anteriores semillas no habían logrado en meses.

Con cada día crecía más y más, y todas las aves querían vivir en él.

Cuando el árbol ya era lo suficientemente alto, subí y escalé. Al llegar a la cima me encontré con Dios, y yo estaba demasiado asombrado, luego Él me dijo: “Quédate, hijo mío en el reino de los cielos” pero le dije: “Yo he cometido muchos pecados, pero el día que llegue a ser la mejor persona subiré y me veré una vez más contigo”.

FIN

ESTUDIANTE: Joaquín Alejandro Palomeque Ayora / Séptimo de Básica “B”

0

Con gusto te proporcionaremos más información